¿Cuántas veces hemos visto una pieza audiovisual creyendo que todo lo que entendemos proviene de lo que hemos visto?Infinidad de veces.

Es interesante hacer el ejercicio de visualizar una escena desconocida sin sonido, y luego verbalizar cuál es la información que se percibió; después, repetir el mismo ejercicio pero con sonido, y nuevamente conversar sobre lo que se cree haber observado. La percepción cambia claramente.

Lo que nosotros creemos estar mirando, en realidad lo ‘audiovemos’. En efecto, si bien  nuestra acción consciente es observar, en lo inconsciente el sonido actúa como un elemento que completa la información que percibimos.

Mientras la imagen por sí sola no es suficiente, tampoco lo es el sonido solo. Dado que ambos son emitidos por vías diferentes percibidas a través de distintos sentidos (pantalla-vista, parlantes-oído), es en nuestro cerebro donde ocurre la magia. Allí ocurre realmente la proyección, no en la pantalla.

El sonido instala emociones, entrega percepciones expresivas de textura, velocidad, peso, modernidad, materialidad, temperatura, desgaste y muchos otros. Nos puntualiza acciones que sin el apoyo sonoro probablemente no veríamos, completa un mundo que está fuera de lo visible en la pantalla creando la verdadera sensación del 3D, convierte una sucesión de imágenes en una unidad y entrega información a través de la palabra que no necesitamos ver.

¿Cuánto sabemos de su utilización? ¿Cuánto hemos ejercitado la escucha como espectadores para ir más allá de la música y la decodificación de la palabra?

Precisamente, este fenómeno hace imprescindible reflexionar sobre el sonido y el rol que juega en el audiovisual como elemento que actúa en el inconsciente del espectador y se convierte en una herramienta poderosa de transmisión de emociones, sensaciones e información.